Historias FerroviariasDespués de dejar la ciudad, la mujer de la historia no pasó un día sin visitar la estación Plaza Constitución sólo para ver si encontraba alguna cara conocida que la acercara a su terruño.
Miraba el reloj. Se apuró, llegaría a tiempo a la Estación Plaza Constitución para el arribo del tren que pasaba por General Roca.
Viuda, con sus dos hijos en edad universitaria y sus padres mayores había dejado el pueblo querido buscando nuevos caminos familiares en la gran Buenos Aires.
En el andén, una familia que partía hacia otras latitudes y en el boleto las camas reservadas para el viaje.
La nostalgia no cesaba pese al bullicio y el ritmo de la capital. Se le presentaba en las calles de tierra, con ese aroma especial cuando pasaba el camión regador, su familia que quedó allí, los amigos, los conocidos del barrio, esas cuadras de la calle Neuquén hasta la Tucumán. La ansiedad era colmada al ver llegar el tren, recibir algún saludo especial que le traían, un paquete o una carta, o simplemente cruzarse con una persona conocida.
Sería ¿el 58?, ¿el 59?, por ahí; ir a Buenos Aires no era nada fácil, día o día y medio, según como se comportaran esas crujientes vías, o la bendita locomotora, que avanzaba orgullosa llevando por detrás un montón de vagones y un cargamento heterogéneo de gente, valijas, bultos varios, animales y vaya a saber qué.
Con el tren no había margen para equivocaciones. Desde donde se partía siempre se terminaba en la ciudad-puerto, la historia repetida de estas tierras, la capital disfrutando y todos esos ramales polvorientos abanicándola, dejándola mecerse junto al río en su eterna lejanía.
Darse cuenta de la llegada a la estación terminal era simple. Cuando se iba perdiendo claridad y como si un manto comenzase a cubrir todo el largo del tren y aparecía el cartel: “Temperley”, próxima estación, Constitución, inaugurada el 01 de enero de 1887.
Estaba en el andén correcto, el paso lento del tren y el sonido de la bocina anunciaba la llegada a destino. Ya detenido, caminaba por entre las valijas, las personas que se abrazaban, gritos de alegría, algunos lloros emocionados y ella buscando un rostro conocido, alguna sonrisa valletana.
Pasaba junto a los coches cama y nada, por los de primera, nadie conocido. Imposible detener el impulso de algunas lágrimas.
Fue dejando la estación, con la esperanza que tal vez mañana con el “zapalero” reencontraría a su General Roca.
Pasaba junto a los coches cama y nada, por los de primera, nadie conocido. Imposible detener el impulso de algunas lágrimas.DiarioRíoNegro.com
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